La Creadora, Hielo y Llamas.

Haimi Snown

Onyx Editotiral

 

 

CAPÍTULO 1

 

Madelyne Brand entró en el salón trayendo con ella la sonrisa que usaba en sus días buenos.

—Vuestra nevera almacena viento y los armarios coleccionan polvo. Hice una lista con lo necesario, alguien debe salir para hacer la compra.

Sasha continuó apretando los botones del mando sin molestarse en darle a entender que la había visto u oído.

—He dicho algo. —La mujer insistió al no recibir respuesta.

—¡Sasha! —El grito vino de arriba, del cuarto de Raisa.

—Que no —gruñó el aludido, sin levantar la voz—. Fui a comprar helado hace tres días.

—Y yo ayer agua —replicó Blaze en su usual tono sosegado. Con un movimiento experto mató al wise que Sasha había elegido como personaje en el ejercicio virtual, rompiéndole el cuello—. Estás acabado. Te toca —comentó, enseñándole los dientes en una sonrisa burlona.

—No me apetece salir —Sasha protestó y tiró el mando en la mesilla en la que tenía apoyados los pies—. ¿Por qué se llama día libre? Para hacer lo que me da la gana. Y lo que me da la gana es no hacer absolutamente nada. —Cruzó las manos detrás de su cabeza y se dejó caer contra el respaldo del sofá.

—Eres un caballero y no dejarás que las mujeres hagan el trabajo de un hombre. —Madelyne se acercó.

—¿Un Caballero? —Blaze se desternilló de risa—. La Creadora lo consideraría un insulto.

—La Creadora… —farfulló Sasha entre dientes.

Cuando su mirada se posó en su jefa, se percató de que no se veía bien. Su piel tostada estaba amarillenta, al cabello negro como el ébano le faltaba brillo y ojeras profundas perfilaban sus ojos pardos. “¿Habrá contraído un virus?”, se preguntó, sin preocuparse demasiado. Madelyne era una triunfadora, de otro modo no se explicaba cómo una nula conducía una de las facciones Éter.

—Aquí no hay mujeres débiles. Raisa tiene más fuerza que un Caballero de La Creadora —comentó, esperando que el halago la convenciera de hacer el trabajo en su lugar.

—¡Estoy probando nuevos peinados! —volvió a gritar la muchacha desde arriba—. ¡No puedo hacerlo hasta que no me decida!

—Eso pasará el siguiente siglo —masculló Sasha, entendiendo que los tenía a todos en contra y que no había escapatoria.

—Vamos a intentar no transformar un asunto tan sencillo en una discusión —intervino Madelyne. El tono apaciguador que usó fue más motivo de preocupación que su evidente malestar—. Zariah vendrá a verificar las instalaciones.

—Jamás verificó nuestra nevera.

—Pero nunca se sabe. Sois mi responsabilidad y el hecho de que viváis solo con helado y agua no cumple con el contrato. ¿Os gustaría que me echaran por una estupidez?

Sasha alzó las cejas a tal altura que estuvieron a punto de acabar en la pared que tenía atrás. Su mirada hablaba por sí sola: «¿En serio, me lo preguntas?».

—¿No nos quedan galletas? —Blaze se rio, risita que ahogó cuando Sasha le respondió con una mirada pensada para helarle la sangre.

—Quiero dos horas insubordinado —pidió, desafiando con intención a Madelyne—. Cuando yo quiera —añadió.

La sorpresa hizo que su jefa balbuceara durante unos instantes.

—Acabas de usar tu cuota. ¿La necesitas tan rápido?

Sasha se levantó y movió los hombros a la vez que flexionaba las rodillas.

—He dicho cuando yo quiera. No ahora.

—Está bien —espetó Madelyne —. Te envío la lista a tu comunicador. Vuelve lo antes posible. No pienso irme antes de comprobar que todo está en orden.

—Por favor, regresa rápido —pidió Blaze poniendo los ojos en blanco a espaldas de la mujer.

Sasha cogió las llaves del coche.

—Te olvidas de la chaqueta del uniforme —le riñó Madelyne, lanzando la prenda hacia él.

—No la necesito —refunfuñó, girándose a tiempo para atraparla en el aire—. Toda la gente de la isla me conoce, saben lo que soy.

—Quizá. Pero no quiero que enfermes. Y las reglas son reglas.

—No enfermamos por el frío —gruñó en voz baja—. Y no hay reglas en mi día libre. —Se puso la chaqueta roja con la marca de los ergys impresa en la espalda, y le sonrió con fingida dulzura a Madelyne. Recibió un guiño y una sonrisa. Sabía que a ella le gustaba cuando le hacía caso, ya que era un acontecimiento especial.

Salió al porche y se quedó un rato en la escalera. La temperatura del aire no superaba el punto de congelación del agua. El sol brillaba con su luz apagada, como si hubiese contraído un virus y no le quedaran fuerzas, aun así, sus células se despertaron y la energía hormigueó inquieta bajo la piel.

—Pronto —susurró, subiendo al coche.

Puso su Vidker en marcha y después de rodar unos metros a velocidad de caracol, se detuvo para tirar la chaqueta en el asiento del copiloto.

«Las reglas son las reglas», repitió entre dientes imitando a Madelyne. A él le daban igual las reglas. Era un ergy, con uniforme o sin él. Podía producir energía, controlarla y manipularla. Podía absorberla hasta de las piedras si quisiera. Los nulos, los que habían nacido sin aquel don, lo sabían y lo conocían. Llevar un uniforme en público como aviso de lo que representaba era la ley, pero en la isla no hacía falta. Después de años viviendo en aquellas tierras, la mayoría de los habitantes se conocían entre ellos y el número de nulos era insignificante. Salía a hacer la compra, no a empezar una guerra.

Abrió la ventana y pisó a fondo, arrancando a todo gas. El viento helado cortó la piel de su rostro, momento en que sintió los átomos de su cuerpo bailando encantados. Soltó una carcajada, disfrutando de la efímera sensación de ser libre.

Aminoró la marcha, pensando, divertido, que le faltaba sacar la cabeza por la ventana con la lengua fuera para parecerse a un perro. Luego se percató de que su situación no se diferenciaba mucho de la de uno; la cadena en su caso era imaginaria, pero existía. Estaba obligado a hacer acto de presencia cuando lo llamaban y a cumplir con lo que le pedían. Recordarlo no le alegró tanto y su sonrisa se desvaneció, cediendo su sitio a un rictus agobiado. Encendió el equipo de música y subió el volumen al máximo para dejar de escuchar sus pensamientos e hizo el recorrido tamborileando el ritmo en el volante con los dedos.

La Isla Held contaba con una sola tienda donde estaba seguro de que encontraría todos los productos. Cuando pensaba ofrecerle al motor del coche una ración de su don para hacerlo volar, pasó por delante del Parque Stank. La imagen de la multitud que estaba arrodillada en la tierra congelada con las miradas perdidas en la estatua de La Creadora le erizó el vello. La escultura había sido tallada en mármol dorado. Teniendo en cuenta que el material era tan escaso como los diamantes, el rey de los ergys, Eridanus, había gastado una fortuna para construirla. Sasha suponía que lo había hecho para darles esperanza.

La obra era impresionante. Desde la altura de un bloque con cinco pisos, un par de ojos rojizos estudiaban el horizonte. Los cabellos se derramaban hasta su cintura en una maraña indomable. Era el retrato de una joven, no existían imágenes de La Creadora vieja. Se imaginó que los adoradores se ilusionaban con la línea decidida del mentón, levemente inclinado hacia arriba. Y reconocía que la postura, un pie delante del otro, con la rodilla doblada como si estuviera a punto de avanzar y la mano alzada a punto de atacar a una amenaza invisible, lograba el propósito de transmitir poder. Los ergys eran poderosos, aun cuando no presumían de ello.

Respetaba a los creyentes, pero él no lo era. La Creadora era su madre. La primera ergy, el primer ser por la venas del cual, aparte de sangre, fluía energía. No era fantasía ni una leyenda, era un hecho. Pero desde entonces habían pasado milenios. Ninguna oración iba a traerla al mundo de los vivos y ninguna ofrenda ayudaría a curar el virus que los mataba de uno en uno. La estatua les recordaba lo que habían sido, no en lo que se habían convertido; wises, era el nombre que algún diplomático había elegido para llamar a los ergys enfermos. A diferencia de los nulos, habían nacido con el don, pero lo habían perdido. Su núcleo energético se había apagado, por lo que ya no podían crear energía ni para mantenerse con vida. Por desgracia, no morían con facilidad, tampoco se dejaban vencer. Procuraban absorberla de los ergys sanos, mientras estos alzaban oraciones para que se encontrara una cura.

Sasha giró la cabeza, miró al frente y liberó una descarga eléctrica que llevó el velocímetro muy por encima del límite permitido.

 

Una vez en la tienda, estudió la lista. Memorizó lo que debía comprar, pero se dirigió primero a por los antojos. Hacia las neveras de los helados.

El picor de su nuca lo hizo detenerse en seco y mirar alrededor. Su marca se incendió sin previo aviso, notificándole la cercanía de un posible conflicto. Husmeó el aire. La marca de los ergys era una especie de radar que les ayudaba a encontrarse. Los nulos no significaban nada para ellos, eran cuerpos fríos, carne y huesos. En cambio, los que eran como él dejaban una huella propia, pues la energía estaba dispuesta en lazos únicos, específicos a cada persona.

Miró alrededor, tanteando para averiguar el camino de la onda de calor. La expectación hizo que su corazón se disparara y el cosquilleo llegó a las puntas de sus dedos, electrizándolos. Estaba casi seguro de que no se trataba de alguien conocido y sabía que no habían traído a nadie nuevo, puesto que él y su equipo se encargaban precisamente de los nuevos. Además, Madelyne no hubiera perdido la oportunidad de festejar tal logro y les hubiera anunciado el asunto.

Se rascó el cuello allí donde la marca se ramificaba a medida que se encendía, y se dejó guiar por ella. Siguió el camino entre los pasillos hasta el puesto de helados, sabiendo de modo instintivo que iba a encontrar lo que buscaba allí.

La vio en el momento en que se daba la vuelta, y su entrecejo se arrugó por la preocupación. Era una chica hermosa de cabello rubio, con las mejillas ruborizadas. Se quedó mirando fijamente la zona donde sus pechos se unían, ya que era la misma donde se concentraba la energía. El núcleo era bastante fuerte, más fuerte que el de muchos ergys. El movimiento rítmico estaba guiado por el corazón de la joven. Casi podía sentir su poder, el hormigueo de las moléculas, el calor que las envolvía.

Pero no era una de ellos, entendió Sasha, evaluándola sin posibilidad de error. No era ergy, no era nula. Era mucho más. Era justo lo que estaban buscando y valía más que cualquier joya.

Era un cóctel.

 

 

 

Y hasta aquí el primer capítulo 🙂